La crisis como nueva normalidad
Una mirada de la realidad que nadie asume, y de la que ningún político habla: “El poder no lo tiene quien gana una discusión sino quien fija los términos de la misma”. “El ejemplo más flagrante de cómo la política dispone de los fondos públicos para sus propios intereses”.
Por el Dr. Eugenio Semino (*)
En lo que va del año se ha discutido en Argentina una extensa serie de trivialidades y delirios generados por la campaña electoral, con sus polémicas, sus juegos sucios y su folclore psicodélico. Todo ese ruido nos entretuvo y nos entretiene mientras la crisis va creciendo y asentándose como parte de la vida cotidiana.
Mientras unos celebran la victoria y otros lloran la derrota, la jubilación de la que depende el sustento de millones de personas mayores se diluye entre los dedos. El aumento constante de la inflación está dejando los haberes jubilatorios tan rezagados que ningún aumento o bono de los tantos que se anuncian puede lograr hacer ninguna diferencia.
El Ministerio de Economía, que desde la llegada del actual candidato a presidente, fue convertido en un centro de campaña electoral, no solamente está lejos de atenuar la destrucción del haber jubilatorio sino que contribuye con dicha destrucción al propiciar la inflación mediante la emisión de moneda con fines electorales.
No tiene sentido anunciar bonos, aumentos, previajes, parches y regalitos, si al mismo tiempo se contribuye al aumento de la inflación y la devaluación de la moneda. En ese sentido, la gestión de Sergio Massa como ministro y candidato es el ejemplo más flagrante de cómo la política dispone de los fondos públicos para sus propios intereses.
Y, dicho sea de paso, las propagandas en las que Massa dialoga con jubilados que le agradecen sus dádivas y expresan su temor a perderlas en el caso de que gane la oposición, son la más grosera expresión de una concepción feudal de la política. Una concepción según la cual los ciudadanos y votantes ofician de vasallos de un noble que los protege.
La idea moderna de ser un ciudadano con derechos, de tener derecho a una jubilación digna por el hecho de haber aportado durante décadas, está totalmente diluida. La sociedad aceptó y acepta la degradación de la figura del jubilado como un proceso inexorable, legitimado por el discurso de la extrema derecha y efectivizado por la praxis del populismo.
Como si esto fuera poco, la crisis sanitaria que venimos denunciando en el sector de la tercera edad desde hace ya unos años, se está extendiendo a todos los sectores. La semana pasada los directores de los seis hospitales más importantes de la ciudad de Buenos Aires realizaron un comunicado advirtiendo sobre el peligro en el que se encuentran sus instituciones a causa de la crisis. En particular señalaron que se está reesterilizando el instrumental más veces de lo recomendable.
A su vez, médicos que dan prestaciones mediante prepagas y obras sociales están solicitando un cobro adicional porque no logran cubrir sus costos. Y la posibilidad para acceder a un turno, aun para quienes tienen obra social, se hace cada vez más remoto. Se están dando turnos a tres meses para personas que tiene enfermadles graves.
No hay un solo representante político, ya sea del oficialismo o de las diversas oposiciones, que haya realizado siquiera una declaración al respecto. Las vacaciones suntuosas de un funcionario en el Mediterráneo son más importantes, en la agenda pública y política, que el colapso del sistema sanitario.
Digámoslo con claridad, todos los días en nuestro país se está muriendo gente por causas que son fácilmente evitables para la medicina moderna. Gente que en un país con un sistema de salud eficiente seguiría viviendo varios años más.
El temor de lo que podría ocurrir nos está llevando a normalizar lo que está ocurriendo. La amenaza de la ultraderecha, el peligro de una hiperinflación, el temor a un estallido social gane quien gane las elecciones, están haciendo que subamos el nivel de lo aceptable. Ya no se trata de resignación sino de una gigantesca rebaja de las expectativas. Nos estamos aclimatando al desastre.
Si no se rompe con esa lógica de conformismo autodestructivo no hay manera de detener la decadencia de la sociedad y sus instituciones. Sin lugar a dudas ese cambio de mentalidad conlleva una serie de actos complejos, no es algo que vaya a ocurrir de un día para el otro.
Pero una de las cosas que es imprescindible hacer para conseguirlo es identificar los verdaderos problemas y llamarlos por su nombre, sin atenuantes ni relativismos.
Las jubilaciones son una miseria, el sistema de salud está en crisis, el PAMI colapsó hace tiempo y la crisis económica está arrasando sectores cada vez más amplios de la sociedad.
El show electoral no debería hacernos perder de vista estos problemas, porque van a seguir agravándose, sin importar quién gane las elecciones. (VW)
(*) Defensor de la Tercera Edad – Pte. de la Sociedad Iberoamericana de Gerontología y Geriatría (SIGG)